jueves, 15 de octubre de 2009

cruzada en la noche


Esa noche sin luna, inquieto, se despertó sobresaltado. Miró con disgusto el viejo despertador, pensó que no había sonado…pero se dio cuenta que aún no eran las 4 de la mañana…raro, nunca se despertaba solo antes de la hora indicada, algo había perturbado su sueño acostumbrado y rutinario…Se levantó con dificultad, le dolía el cuerpo, ya no solo el alma, como era habitual…él sabía que solo vivía en esa hora casi inesperada, entre las 4 y las 5, antes y después…penas de alcohol y miserias de tantas memorias.
Se vistió con demora, la gorra gris antes que la camisa, eso le hacía sentir seguro, imprescindible, vivo, dispuesto a todo. Salió al andén haciendo crujir la puerta desvencijada, varios murciélagos volaron apresurados, saliendo de entre las vigas de lo que quedaba del techo. Tomó el farol, ciego de luces y herrumbrado por los años, bajó con cuidado entre los cardos que tapaban la otrora “vía principal”, buscando con la vista cansada allá a lo lejos, la triste sombra de la señal de entrada, en pie seguramente por un milagro de lejanos constructores.
Desde lo que había sido la “vía segunda”, podía verse el viejo marco de palancas, las gallinas seguían durmiendo esperando el canto macho del viejo gallo, que no tardaría en despertar…desolación, soledad, luna ausente, estrellas indiferentes, y un viento helado y sin esperanzas, y poco más. Al mirar el anciano reloj que llevaba en el bolsillo, vio con lo que le quedaba de alegría, la hora mágica, las 4…Casi inmediatamente, la luz del farol comenzó a destellar en verdes y rojos, el marco de palancas lució su alambrado nuevo, la señal de entrada y la de distancia gimieron al ser puestas en su posición de “vía libre”. En pocos minutos llegaron 3 o 4 pasajeros, bajando de sus rastrojeros relucientes, y allá a lo lejos la luz potente cegaba a la misma noche, que perdía sus dominios oscuros ante tanta potencia.
Habló con el auxiliar, le avisó que esta vez el expreso proveniente de Estación Buenos Aires debería demorarse un par de minutos, que ya el telégrafo había avisado que el coche motor llegaría con 10 minutos de atraso a ocupar su lugar en la vía segunda…parece que desde Patricios una pequeña falla había provocado la demora, pero venía recuperando.
Al arribar el expreso, y tener que detenerse, casi se sorprendió de poder ver allí, por primera vez, las luces tenues del coche dormitorio…siempre pasaba raudo y nada dejaba ver, pero esta vez la casualidad le daba la oportunidad de contemplarlo, y hasta de cruzar un par de palabras con el experimentado maquinista de la flamante diesel. De todas maneras algo le decía casi inconscientemente que había que apresurarse, antes de las 5 todo debería estar concluido.
Por fin, el ronroneo del noble motor del Ganz comenzó a escucharse más allá de la curva sur, y el golpeteo de las eclisas le dio la certeza que ya entraba al andén de la vía segunda. En 20 minutos, todo había terminado, el expreso hacía sonar su bocina pasando el último paso a nivel, el coche motor, arrancaba pesadamente y tomando el cambio, dejaba ver sus luces rojas perderse tenuemente en la cerrazón.
Las 5, y el viejo jefe de estación vuelve a ganar su lugar en la vieja cama, afuera todo vuelve a su lugar, el abandono toma la posta, otra vez el marco de palancas arrulla a las perezosas gallinas, otra vez la señal de entrada se mantiene en pie quién sabe por que milagro, los cardos ganan la batalla como cada noche, el andén se llena de susurros que helarían la sangre de cualquier valiente…y cuando amanezca, todo se habrá olvidado, y el viejo jefe de estación pensará, mientras espera y espera, en aquella pesadilla que llegó aquel día fatídico de hace ya tantos años, cuando el tren no volvió más.
Y la esperanza del sueño puntual de cada noche, lo hará renacer, como un viejo fantasma que ya no puede morir.


Alberto Cortese, para Crónica Ferroviaria (Magazine Electronico de Noticias a Todo Tren) – Boletín Informativo Nº 230; Lunes 21 de Septiembre de 2009.



cæteris páribus